Historia General del Pueblo Dominicano Tomo VI

Historia general del pueblo dominicano 103 dominicana, me referiré al miedo colectivo como un hecho social. Es más conocido el carácter individual del miedo donde la respuesta inmediata a la percepción del peligro tiene un sustrato biológico. También el miedo pre- senta dimensiones socioculturales, puesto que es una experiencia construida socialmente y compartida culturalmente; y, por lo tanto, puede ser provocada intencionalmente. Sus detonadores varían con el tiempo, y sus respuestas y reacciones pueden ser aprendidas y socializadas. El miedo se apodera de la gente frente al sentimiento de inseguridad, a una amenaza real o supuesta, a una creencia, como también frente a la posibilidad de un peligro presente, inminente o soterrado y puede desencadenar un comportamiento de defensa; el miedo paraliza hasta a los guerreros más avezados. El miedo inhibe, pero también puede disparar la movilización o el rechazo y hasta llega a provocar actitudes extremas o «irracionales». El miedo como categoría sociopolítica hizo su entrada en la reflexión filo- sófica desde hace bastante tiempo y su contraparte, la búsqueda de seguridad y protección, ha sido pensada como la fundamentación del orden (Platón y Hobbes). Más recientemente desde la Escuela de los Annales, en su conocido estudio El gran pánico. La revolución francesa y los campesinos , Georges Lefebvre reveló las consecuencias de las acciones de las personas presas del miedo, por cierto, infundado. Jean Delumeau, en su obra erudita El miedo en Occidente , 19 realizó un estudio del miedo colectivo, sus componentes y detonadores, como también desarrolló los fundamentos teóricos y su estatuto de categoría social y cultural. Los miedos ancestrales a las expresiones extremas de la naturaleza, a la peste, a las revoluciones, a los dictadores y a la delincuencia despiertan un comportamiento a veces incontrolable y, además, provocan una búsqueda de ofrecimientos de seguridad y apoyo. No debe sorprender entonces que la activación de los miedos como dispositivo de poder sea un recurso am- pliamente utilizado en todos los tiempos, como ocurrió, lo hemos visto, en el Estado trujillista. Cuando la mirada se detiene en el leitmotiv del discurso de Bosch de «hay que matar el miedo», inmediatamente se conecta con el filo de la navaja que habría de abatir el temor generalizado que infundió la dictadura a perder bienes, vida, familia, empleo y amigos. En este período de desestructuración del régimen dictatorial, cuando Bosch emplaza a «matar el miedo», se piensa inmediatamente en que es un llamado a la valentía extraviada para revivir el valor en los muchos y así acelerar el derrumbe de la servidumbre voluntaria de estos al Uno. Pero no. Ese no es el principal temor que hay que derribar. El miedo al que se refiere el discurso boschista no es el de los muchos a los pocos que caracteriza el temor generalizado de una población tiranizada como la

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